El Palacio de Sobrellano, un perpetuo vigía de Comillas.


Categoría: Noticias

Publicado el 18/11/2020

Para quien la visite sin conocer lo que le espera, caminar por Comillas es transitar de sorpresa en sorpresa, asombrarse con el contraste de edificaciones singulares modernistas y neogóticas que conviven en un pañuelo urbano con la arquitectura montañesa. Y es que esta localidad, asomada al mar, está salpicada de sorprendentes palacios y casas solariegas, atesora arte incluso en su cementerio y, por si fuera poco, tiene Universidad. Deambulando sin prisas por esta villa insólita es fácil llegar a la conclusión de que no destaca ninguno de sus edificios insólitos, porque todos destacan por igual. Ante tan peliaguda coyuntura, haremos el doble esfuerzo de seleccionar uno de esos lugares insólitos y de subir la cuesta hacia el Barrio de Sobrellano, que parece convocarnos a contemplar Comillas desde su privilegiada atalaya. La vía que utilizamos para subir a Sobrellano nos permite distinguir a la izquierda la Villa Quijano, desconocida por ese nombre y mundialmente conocida como El Capricho, de Gaudí, uno de los arquitectos catalanes que dejaron impresa su personalidad creativa en la villa de Comillas. Arriba accedemos a una amplia explanada cuya primera edificación es la Capilla-Panteón, un remedo de catedral a escala, en la que ahora no nos vamos a detener. El centro del espacio lo preside un imponente edificio, de planta rectangular, con cierto aire inglés: el Palacio de Sobrellano. El Palacio fue ideado como residencia de verano para el Marqués de Comillas y la Familia Real. La construcción del Palacio se inició por encargo del I Marqués de Comillas, Antonio López y López, nacido en la villa cántabra, de la que salió para hacer las Américas. Allí le sonrió la fortuna hasta el punto de volver a España, donde se estableció en Cataluña, con riquezas suficientes como para, entre otras muchas iniciativas, afrontar la construcción en su tierra natal de esta notable construcción, que él no llegó a ver terminada. Antonio López encargó la construcción del Palacio a dos arquitectos catalanes, Joan Martorell y Cristóbal Cascante y Colón. Además de los arquitectos, el Marqués trajo de Cataluña escultores, carpinteros y albañiles. Las obras comenzaron en 1882 y se prolongaron durante seis años. Si rodeamos el edificio, comprobaremos la abundancia de vanos en todas sus paredes, que contribuyen a la luminosidad interior del edificio. Tiene una fachada muy espectacular, realizada con piedra de Carrejo, con galerías abiertas decoradas con arcaduras trilobuladas y columnata. Las columnas se concluyen con remates en forma de flor de lis, coronas o caballos alados.

El Palacio ya no pertenece a la familia de Antonio López. El actual Marqués de Comillas, el IV, Alfonso Güel y Marcos, tataranieto de Antonio López, vendió el Palacio al Gobierno de Cantabria hace 35 años por una cifra simbólica de 420.000 €. Decimos que es una cifra simbólica porque había sobre la mas una oferta mucho más sustanciosa, para hacer del Palacio un hotel de lujo. Sin embargo, el actual marqués prefirió perder dinero y venderlo al gobierno de Cantabria porque era una forma de que fuese de todos y se pudiese visitar.

El edificio tiene 2000 metros cuadrados de extensión divididos en tres plantas. La primera planta es la más espectacular porque es la más lujosa, la más artística, la de mayor empaque. La segunda planta albergaba las habitaciones de los marqueses y de la familia. La tercera planta eran las habitaciones de los sirvientes y las cocinas. Las cocinas estaban arriba para evitar que la familia y las visitas tuviesen que ver los humos y respirar los olores de la comida, por más que fueran suculentos. Además, en ese tipo de casonas, los incendios solían originarse en las cocinas. Entonces, si las cocinas están arriba, se preservan los bienes de las plantas más bajas que, de otra forma, serían fácil pasto de las llamas, como los cortinones de terciopelo, los tapices, los cuadros, las alfombras, etc. Nada más entrar en el Palacio, en el recibidor percibimos ya con toda claridad la majestuosidad del edificio que vamos a visitar y somos conscientes de estar en presencia de una auténtica obra de arte de piedra, madera y cristal, en la que cada elemento arquitectónico ha sido resuelto desde una intención que conjuga la técnica y la estética. No sabemos lo que nos espera en adelante en nuestra visita, aunque intuimos que quienes habitaron el Palacio cuando era residencia de verano vivían en él como auténticos marqueses.