El cofre dentro de la joya.
Este Año Santo Jubilar Compostelano quienes peregrinen hacia Santiago atravesando los valles meridionales de Cantabria podrán visitar las iglesias románicas que, precisamente, se construyeron en las inmediaciones de este camino, varias veces centenario, hacia finales del siglo XII y principios del XIII. Estas edificaciones religiosas, plagadas de simbologías extrañas y sorprendentes, difíciles de desentrañar para el común de los mortales, impresionan como auténticas joyas arquitectónicas. La iglesia románica de Santa María la Mayor de Villacantid constituye a un tiempo joya y cofre que, en forma de Centro de Interpretación del Románico, alberga imágenes y relatos de las otras iglesias románicas de Cantabria. A seis kilómetros de Reinosa, Villacantid es un lugar escasamente poblado, acompañado desde tiempo inmemorial por la iglesia de Santa María la Mayor, asentada sobre una suave loma cercana al caserío.
Permanecemos fuera de la iglesia escuchando las explicaciones sobre el exterior del edificio que nos ofrece nuestra guía. Las tres naves de la iglesia se construyeron en diferentes épocas. La principal se construyó a finales del siglo XII; en el siglo XIII, la otra; en el siglo XVII, la desmantelan, trasladan la portada y se erige la torre. La portada está incompleta, privada de la columna de la derecha, y presenta un arco ligeramente apuntado, muestra de un románico tardío, de finales del siglo XII. Puede considerarse un románico de transición que anuncia elementos protogóticos. En la decoración de las arquivoltas encontramos motivos como la estrella de ocho puntas o de diamantes y el ajedrezado, en alusión al blanco y al negro, al bien y al mal. En la columna que queda destaca la representación de los grifos, esos animales fabulosos, medio águila medio león, que también aparecen en la ventana del ábside.
El ábside está dividido en tres tramos, separados por columnas dobles. En la parte central aparece una ventana con arco de medio punto, decorado con los dientes de sierra o dientes de lobo, que representan los rayos solares emanados por la figura de Cristo. Sustentan el arco dos columnas, decoradas con motivos animales: grifos en la columna de la derecha y leones rampantes en la de la izquierda. A continuación, nuestra guía empieza a desgranar las figuras que rodean la parte alta del ábside, una sucesión sorprendente de formas y escenas que alegorizan motivos religiosos relacionados con la existencia humana. Aunque no siempre reconocemos la imagen que nos anuncian, no dejamos de prestar atento oído y más atenta vista para no perder el hilo del relato. En torno al ábside se ven o se presumen animales mitológicos o reales, junto con figuras humanas estáticas o en emulación de movimiento, componiendo un relato que se inicia en el nacimiento, representado en una mujer con un bebé, y finaliza en la muerte, alegorizada como una figura introducida de cintura para arriba dentro de la cabeza de un gran animal, en el que parecen apreciarse pequeños dientes.
Y entre el principio y el fin, los avatares de la vida, con luchas entre fieras, las escenas bíblicas de Sansón y Dalila o el enfrentamiento de dos caballeros, luchando entre sí, con una dama en medio, que puede relacionarse tanto con la concordia como representar, precisamente, la causa de la lucha que mantienen los caballeros. En el curso de esta simbología del ciclo vital llama la atención una serie de escenas eróticas. Nos explican que en el románico hay bastantes iglesias que tienen este tipo de imágenes. La más profusa de Cantabria en esta materia es San Pedro de Cervatos, conocida vulgarmente como la catedral de lo erótico.
Hasta aquí lo que se ve por fuera, aún nos falta entrar dentro de la iglesia, donde el Centro de Interpretación del Románico nos dará noticia de otros exponentes del románico en Cantabria, como las iglesias de Santillana del Mar, Castañeda, San Martín de Elines, Cervatos, Bolmir y Retortillo. Será en otro momento.
Me alejaba ya de Santa María la Mayor de Villacantid, absorto aún en las enseñanzas ocultas esculpidas en aquellas piedras, cuando, de repente, apareció por mi izquierda un animal, se detuvo y se quedó mirándome. Sobresaltado, por un momento pensé que algunos de los animales fabulosos que acababan de mostrarme había cobrado vida y se había arrojado desde el ábside, no sé si buscando su libertad o por interpelarme sobre mi presencia en sus dominios. Después continué sobrecogido cuando me pareció que se trataba de un lobo. Por último, concluí, no sin alivio, que debía de ser un perro. Durante un tiempo, que duró lo que duran los tiempos eternos en estas circunstancias, sostuvimos mutuamente la mirada en completo silencio. Él no emitió gruñidos extraños, no aulló ni ladró, yo no hablé. Finalmente, el animal reanudó su camino sin volverse a mirarme y yo, poco después, seguí el mío, mientras consideraba si aquella criatura me habría salido al paso como símbolo de una realidad misteriosa. Intentaremos desentrañarlo en la próxima visita.